El mito original de una democracia mejor, Traducción revisada por Carlos X. Blanco
Gianni Petrosillo (Conflitti&Strategie)
Análisis, cuando menos ingenuos, siguen rondando el concepto de democracia. Ciertamente provienen de mentes que podríamos llamar críticas, pero eso no basta para garantizar la corrección del pensamiento ni la precisión de la interpretación. De hecho, las reflexiones que he leído recientemente de figuras como la embajadora Elena Basileo la filósofa Donatella Di Cesare siempre parten de la premisa de un mito de origen: hubo una época en que la democracia era, si no perfecta, al menos mejor. No es así.
Según estos análisis, la democracia se ha degenerado en las últimas décadas debido al neoliberalismo u otras formas de degradación, incluidas las tecnocráticas, que la han acercado a una especie de fascismo, o tecnofascismo, como lo llama Di Cesare. Desde esta perspectiva, la culpa siempre recaería en el retorno de la
mentalidad fascista que oscurece la supuesta bondad y belleza de la democracia original. ¡Tonterías! El fascismo fue un movimiento político, no una categoría del espíritu que nace y renace a voluntad en nuevas formas.
Así que las cosas no son lo que parecen en esta narrativa. Lenin ya definió la democracia como “la mejor cáscara para la dictadura”, e incluso en la literatura, autores reflexivos la han descrito como “juego de bandidos”. Defender hoy el mito de una Arcadia democrática traicionada en el camino, que solo degeneró más o menos recientemente, es perderse en una ilusión.
Hace tiempo, escribí que la democracia es exactamente lo que está sucediendo. La democracia es el sonido de las bombas que caen sobre Gaza; son las guerras de agresión estadounidenses y occidentales de ayer, hoy y mañana; son las oligarquías europeas corruptas y parasitarias; es nuestro sistema político servil y degradante. El colonialismo y el imperialismo fueron democráticos; la injerencia humanitaria inhumana es democrática. La democracia es todo esto, con pequeñas variaciones a lo largo del tiempo. Observé que la democracia siempre ha cometido los mismos crímenes que cualquier otro sistema, quizás mistificándolos mejor, pero solo porque resultó estar del lado ganador. Algunos de sus mecanismos ideológicos están bien engrasados porque fomentan una mayor confianza en la gente, pero esto no cambia la esencia.
Esto es lo que escribí: cuando la democracia censura un pensamiento etiquetándolo de noticia falsa, como sucede cada vez con más frecuencia, no es fascista, ni nazi, ni comunista; es simplemente ella misma, democracia pura. Los descontentos claman fascismo, los satisfechos afirman ser inmunes a las dictaduras del pasado, pero la verdad es simple: todo lo que sucede en una democracia es democrático, incluso el abuso.
Los estadounidenses y sus sirvientes occidentales “exportan la democracia” democráticamente, es decir, criminalmente. Si la “mayor democracia de Oriente Medio”, Israel, destruye ciudades y masacra civiles, es extremadamente democrática, porque la democracia mata, viola, tortura y extermina. Una democracia no degenera en fascismo, nazismo o comunismo; una democracia degenera en democracia, mostrando su verdadero rostro, más allá del moralismo, los votos y los procedimientos.
¿Y qué hay de la libertad de pensamiento, voto y expresión? No me sirven estas habladurías. Se puede pensar libremente incluso en una dictadura; el pensamiento no se ve ni se oye, e incluso cuando se imprime en algún lugar, hasta que se transforma en acción, no existe. El problema surge cuando el pensamiento mueve cuerpos; entonces interviene todo régimen, democrático o no.
Si mi pensamiento se tradujera en una fuerza colectiva que movilizara a las masas contra los reductos del servilismo nacional, por ejemplo, saboteando bases militares estadounidenses en Italia, mi destino sería la cárcel o la desaparición. Si intentara derrocar al gobierno con los métodos que Occidente empleó en Venezuela o Ucrania, apelando a servicios de inteligencia extranjeros, sufriría el mismo trato que los traidores, salvo que, en las democracias, los traidores ya están dentro del Estado.
Así que dejemos de alimentar este mito democrático, esta leyenda de un pasado incorrupto que nunca existió. La democracia es una forma de condicionamiento extranjero —cultural, militar y político— forjado por el imperio estadounidense para mantenernos encadenados. O la crítica se vuelve radical y sensata, o se queda en un romanticismo inútil. No inventemos fórmulas literarias; usemos el método galileano; observemos la “naturaleza” social; ya está ahí. Detrás de la democracia se esconden grupos gobernantes decadentes que son devastadores para nuestro país, en lo que a nosotros, los italianos, respecta. Pero la tendencia disoluta parece estar afectando a todo Occidente en distintos grados.
Elena Basile:
“Las democracias liberales de la posguerra se han transformado en oligarquías con tendencia al autoritarismo. Como en el campo de concentración descrito por Primo Levi, en una estructura piramidal de conformismo absoluto y alineamiento con el poder, cada grupo social busca arrollar al inmediatamente inferior y se identifica con el inmediatamente superior. La dimensión colectiva se ha borrado. La jungla y la competencia prevalecen en un individualismo desenfrenado. Nuestras SS invisibles son los poderes económicos, que incluyen al lobby armamentístico e Israel. Nuestra realidad es más compleja y menos definida que la del campo de concentración. Sin embargo, la esencia espiritual ya está presente.”
Donatella Di Cesare:
“La erosión de la democracia va más allá de simplemente ocultar el proceso que lleva tiempo en marcha. Algunos aluden a un acto final, como si fuera inevitable despedirse, mientras que otros, en cambio, plantean la necesidad de fortalecer el marco, los cimientos internos (normas y procedimientos) y la armadura externa (equipamiento militar). Pero la democracia no es un régimen; no se basa en un pilar estable. Su propia flexibilidad y apertura son, en cambio, baluartes contra cualquier violencia que, tanto interna como externa, pueda socavarla y despojarla de su poder. (…) Para describir esta suspensión técnica de la democracia, que se combina con una revitalización de la soberanía según criterios étnicos, podríamos hablar de tecnofascismo.”
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Traducción revisada por Carlos X. Blanco